Al mirar la mente, vemos que ésta tiene dos lados. Hay alguien que experimenta y algo que es experimentado. Uno encuentra tanto la conciencia, como aquello de lo que se es consciente. La mente es ambas cosas. Hay también una claridad que puede conocer y entender sin límite ni final. Como es abierta, clara e ilimitada, debe estar más allá del nacimiento o de la muerte. No ha sido construida, no puede deshacerse.
Los no meditadores la conocen principalmente a través de sus momentos de mayor alegría. El resto del tiempo las personas están perdidas dentro de sus experiencias siempre cambiantes. Su vida son los sentimientos y los pensamientos que están adentro y el mundo que está afuera, los cuales, cambian permanentemente. No hay una partícula del cuerpo que permanezca, como tampoco permanece ningún pensamiento ni sensación condicionada.
El entendimiento de que todo lo condicionado es transitorio no quiere decir que no tiene valor relativo. La causalidad funciona creando mundos interiores y exteriores, y aun cuando nada permanece igual, hay continuidad. Nada, físico o mental, queda desde el tiempo en que uno es niño hasta la época en que uno es adulto, pero sin lo primero no existiría lo último. Un suceso condiciona el siguiente y cuando el cuerpo muere la base sensorial y el objeto de identificación de este flujo se pierden.
A pesar de que las muertes parezcan distintas, siempre ocurre el mismo proceso: primero, la conciencia se separa de la piel y otros órganos sensoriales externos y se dirige al canal central interno del cuerpo. Mientras la conciencia disminuye, se pierde control sobre la parte sólida y fluida del cuerpo, su calor y su aliento. Entonces, gradualmente, las energías de los centros de la cabeza y de la parte baja del cuerpo se encuentran en el centro del corazón mientras la mente tiene fuertes experiencias de claridad y gozo. Alrededor de 20 ó 30 minutos después de haber respirado por última vez, hay una oscuridad total, después de la cual aparece una luz muy clara en el centro del corazón. En ese momento, la gente tiene una oportunidad única. Si ha meditado mucho, si ha mantenido sus lazos budistas y ha sido honesta consigo misma, hay una posibilidad de reconocer y mantener esta luz, y en efecto, iluminarse. Entonces, no hay separación entre espacio y conciencia adentro y afuera, y uno es ilimitado. Todas las limitaciones personales se han deshecho, y uno puede tener incontables renacimientos en incontables universos con muchos poderes para ayudar a los demás.
No obstante, en la mayoría de los casos, los seres quedan inconscientes porque la luz es demasiado fuerte. Esta condición de inconsciencia dura cerca de tres días y al despertar, la gente usualmente no sabe que está muerta. Por cerca de una semana, la mente continúa llevando la vida cotidiana reciente. Uno va a los lugares y ve las personas que conoce, pero ellas no pueden verlo a uno. Causa mucha confusión que debido a la carencia de un cuerpo, uno puede aparecer inmediatamente en un lugar con sólo pensar en él.
Diez días después de la muerte, después de estar una semana en esa situación, uno finalmente reconoce que está muerto. Esta experiencia es tan fuerte que se produce nuevamente un desmayo y cuando la mente emerge de esta segunda fase de inconsciencia, el mundo habitual ha desaparecido y el subconsciente cobra vida. Las impresiones más profundamente guardadas aparecen y en un periodo no mayor de cinco semanas y media maduran en una estructura psicológica que expresa la tendencia mental más fuerte desarrollada durante nuestra última vida. Si es orgullo o celos, apego o furia, avaricia o confusión, colorea la mente y, al mismo tiempo, la acerca a seres y lugares que corresponden a su contenido. Entonces, las buenas acciones producen renacimientos placenteros en lugares favorables y las acciones nocivas traen el sufrimiento tan generalizado en buena parte del mundo actual.
La mente se mueve sin cesar después de la muerte hasta encontrar el lugar preciso. Entonces, se despierta y empieza a proyectarse otra vez, como ha sido desde tiempos sin principio. Esto produce tanto los incontables universos como los diversos estados mentales de los seres: la mente permanecerá apegada a lo que es realmente su juego libre hasta que se reconozca a sí misma como la luz clara ilimitada.
Aquí es donde entra la práctica del Phowa como una forma de aprender a transferir la propia conciencia. En la tradición budista tibetana, Phowa se considera como la más valiosa y efectiva práctica en el momento de la muerte. Phowa es un término tibetano que puede ser traducido como "Práctica de la muerte consciente", o "Transferencia de la conciencia al momento de la muerte". Esta transferencia ocurre a través de una abertura en la parte superior de la cabeza, directamente a un reino puro, evitando de esta forma alguna de las experiencias típicas que ocurren en el momento posterior a la muerte, además de poder encontrar las circunstancias y las condiciones perfectas para llegar a la realización e iluminación. Tradicionalmente, el Phowa se daba sólo después de una larga preparación y extensa práctica de meditación.
La transferencia sucede por la invocación de la presencia de un Buda hecha con profunda devoción. Incluso aunque uno puede hacer Phowa a lo largo de su vida, su especial poder se hace más evidente cuando se practica justo en el momento de la muerte. Si uno no puede estar físicamente presente cuando la persona querida muere, entonces puede visualizarse a sí mismo haciendo la práctica a su lado en el lugar del fallecimiento. Existe una poderosa conexión entre la persona que muere, el lugar del fallecimiento y el momento en que este produce, especialmente en el caso de personas que mueren de forma repentina y traumática, quienes tienen una especialmente urgente necesidad de ayuda.
Conforme el momento de la muerte se aproxima, mente y corazón van expandiéndose fuera del cuerpo y siendo más etéreos; es como si la mente del moribundo fuese llenando toda la estancia. Así, está claro que si hemos hecho meditación antes de entrar en la habitación de un moribundo, o si hemos invocado intensamente la presencia de un Buda o del Divino Ser al cual acostumbramos a rezar, ello puede tener una tremenda influencia positiva sobre el estado mental del moribundo. Al hacer Phowa, estamos confiando en las ilimitadas cualidades de un Buda, cuya presencia y bendiciones estarán ahí espontáneamente. Justo en el momento de la muerte, con profunda devoción y compasión, se visualiza a la persona fallecida disolviéndose en la Luz, y a su conciencia (ser), ya liberada de todo sufrimiento, elevándose hacia lo alto para fundirse con lo Divino.
Si se hace repetidamente, la práctica de Phowa puede ayudar a los moribundos en su camino hacia la Liberación. Cualquier práctica u oración que se haga por los moribundos puede al menos ayudarles a purificar su karma negativo, o aliviarles del sufrimiento y la agitación de la muerte permitiéndoles morir serenamente.
El phowa se realiza en seminarios de meditación intensivo de cuatro o cinco días, donde el Buda de la Luz Ilimitada (Amitabha) bendice a los practicantes y éstos reciben signos exteriores, interiores y secretos de su éxito, pruebas de que llegarán a la Tierra Pura después de la muerte. Se obtiene una pequeña abertura en el cráneo, que produce un signo visible en la parte superior de la cabeza. Este es el extremo de nuestro canal central de energía, lugar por donde podemos proyectar nuestra conciencia al momento de la muerte. Adicionalmente, se producen experiencias fuertes de gozo y purificación y se llega a un entendimiento creciente de lo que realmente importa sobre la vida y la muerte. Hay consenso en que la vida después del phowa es diferente y mucho mejor. Un alto porcentaje experimenta que dejan su cuerpo, y muchos alcanzan momentos de enorme gozo.
Al momento de nuestra propia muerte, el phowa nos permite pensar en esta abertura y dirigir la conciencia a través de ella a la tierra pura de Buda o Dewa Chen. El profundo camino del Phowa es el Camino Santo de los Budas en que el Dharma es rápidamente comprendido, espontáneamente sin el esfuerzo de la meditación.
Charla realizada por Maria Teresa Bertucci
Los no meditadores la conocen principalmente a través de sus momentos de mayor alegría. El resto del tiempo las personas están perdidas dentro de sus experiencias siempre cambiantes. Su vida son los sentimientos y los pensamientos que están adentro y el mundo que está afuera, los cuales, cambian permanentemente. No hay una partícula del cuerpo que permanezca, como tampoco permanece ningún pensamiento ni sensación condicionada.
El entendimiento de que todo lo condicionado es transitorio no quiere decir que no tiene valor relativo. La causalidad funciona creando mundos interiores y exteriores, y aun cuando nada permanece igual, hay continuidad. Nada, físico o mental, queda desde el tiempo en que uno es niño hasta la época en que uno es adulto, pero sin lo primero no existiría lo último. Un suceso condiciona el siguiente y cuando el cuerpo muere la base sensorial y el objeto de identificación de este flujo se pierden.
A pesar de que las muertes parezcan distintas, siempre ocurre el mismo proceso: primero, la conciencia se separa de la piel y otros órganos sensoriales externos y se dirige al canal central interno del cuerpo. Mientras la conciencia disminuye, se pierde control sobre la parte sólida y fluida del cuerpo, su calor y su aliento. Entonces, gradualmente, las energías de los centros de la cabeza y de la parte baja del cuerpo se encuentran en el centro del corazón mientras la mente tiene fuertes experiencias de claridad y gozo. Alrededor de 20 ó 30 minutos después de haber respirado por última vez, hay una oscuridad total, después de la cual aparece una luz muy clara en el centro del corazón. En ese momento, la gente tiene una oportunidad única. Si ha meditado mucho, si ha mantenido sus lazos budistas y ha sido honesta consigo misma, hay una posibilidad de reconocer y mantener esta luz, y en efecto, iluminarse. Entonces, no hay separación entre espacio y conciencia adentro y afuera, y uno es ilimitado. Todas las limitaciones personales se han deshecho, y uno puede tener incontables renacimientos en incontables universos con muchos poderes para ayudar a los demás.
No obstante, en la mayoría de los casos, los seres quedan inconscientes porque la luz es demasiado fuerte. Esta condición de inconsciencia dura cerca de tres días y al despertar, la gente usualmente no sabe que está muerta. Por cerca de una semana, la mente continúa llevando la vida cotidiana reciente. Uno va a los lugares y ve las personas que conoce, pero ellas no pueden verlo a uno. Causa mucha confusión que debido a la carencia de un cuerpo, uno puede aparecer inmediatamente en un lugar con sólo pensar en él.
Diez días después de la muerte, después de estar una semana en esa situación, uno finalmente reconoce que está muerto. Esta experiencia es tan fuerte que se produce nuevamente un desmayo y cuando la mente emerge de esta segunda fase de inconsciencia, el mundo habitual ha desaparecido y el subconsciente cobra vida. Las impresiones más profundamente guardadas aparecen y en un periodo no mayor de cinco semanas y media maduran en una estructura psicológica que expresa la tendencia mental más fuerte desarrollada durante nuestra última vida. Si es orgullo o celos, apego o furia, avaricia o confusión, colorea la mente y, al mismo tiempo, la acerca a seres y lugares que corresponden a su contenido. Entonces, las buenas acciones producen renacimientos placenteros en lugares favorables y las acciones nocivas traen el sufrimiento tan generalizado en buena parte del mundo actual.
La mente se mueve sin cesar después de la muerte hasta encontrar el lugar preciso. Entonces, se despierta y empieza a proyectarse otra vez, como ha sido desde tiempos sin principio. Esto produce tanto los incontables universos como los diversos estados mentales de los seres: la mente permanecerá apegada a lo que es realmente su juego libre hasta que se reconozca a sí misma como la luz clara ilimitada.
Aquí es donde entra la práctica del Phowa como una forma de aprender a transferir la propia conciencia. En la tradición budista tibetana, Phowa se considera como la más valiosa y efectiva práctica en el momento de la muerte. Phowa es un término tibetano que puede ser traducido como "Práctica de la muerte consciente", o "Transferencia de la conciencia al momento de la muerte". Esta transferencia ocurre a través de una abertura en la parte superior de la cabeza, directamente a un reino puro, evitando de esta forma alguna de las experiencias típicas que ocurren en el momento posterior a la muerte, además de poder encontrar las circunstancias y las condiciones perfectas para llegar a la realización e iluminación. Tradicionalmente, el Phowa se daba sólo después de una larga preparación y extensa práctica de meditación.
La transferencia sucede por la invocación de la presencia de un Buda hecha con profunda devoción. Incluso aunque uno puede hacer Phowa a lo largo de su vida, su especial poder se hace más evidente cuando se practica justo en el momento de la muerte. Si uno no puede estar físicamente presente cuando la persona querida muere, entonces puede visualizarse a sí mismo haciendo la práctica a su lado en el lugar del fallecimiento. Existe una poderosa conexión entre la persona que muere, el lugar del fallecimiento y el momento en que este produce, especialmente en el caso de personas que mueren de forma repentina y traumática, quienes tienen una especialmente urgente necesidad de ayuda.
Conforme el momento de la muerte se aproxima, mente y corazón van expandiéndose fuera del cuerpo y siendo más etéreos; es como si la mente del moribundo fuese llenando toda la estancia. Así, está claro que si hemos hecho meditación antes de entrar en la habitación de un moribundo, o si hemos invocado intensamente la presencia de un Buda o del Divino Ser al cual acostumbramos a rezar, ello puede tener una tremenda influencia positiva sobre el estado mental del moribundo. Al hacer Phowa, estamos confiando en las ilimitadas cualidades de un Buda, cuya presencia y bendiciones estarán ahí espontáneamente. Justo en el momento de la muerte, con profunda devoción y compasión, se visualiza a la persona fallecida disolviéndose en la Luz, y a su conciencia (ser), ya liberada de todo sufrimiento, elevándose hacia lo alto para fundirse con lo Divino.
Si se hace repetidamente, la práctica de Phowa puede ayudar a los moribundos en su camino hacia la Liberación. Cualquier práctica u oración que se haga por los moribundos puede al menos ayudarles a purificar su karma negativo, o aliviarles del sufrimiento y la agitación de la muerte permitiéndoles morir serenamente.
El phowa se realiza en seminarios de meditación intensivo de cuatro o cinco días, donde el Buda de la Luz Ilimitada (Amitabha) bendice a los practicantes y éstos reciben signos exteriores, interiores y secretos de su éxito, pruebas de que llegarán a la Tierra Pura después de la muerte. Se obtiene una pequeña abertura en el cráneo, que produce un signo visible en la parte superior de la cabeza. Este es el extremo de nuestro canal central de energía, lugar por donde podemos proyectar nuestra conciencia al momento de la muerte. Adicionalmente, se producen experiencias fuertes de gozo y purificación y se llega a un entendimiento creciente de lo que realmente importa sobre la vida y la muerte. Hay consenso en que la vida después del phowa es diferente y mucho mejor. Un alto porcentaje experimenta que dejan su cuerpo, y muchos alcanzan momentos de enorme gozo.
Al momento de nuestra propia muerte, el phowa nos permite pensar en esta abertura y dirigir la conciencia a través de ella a la tierra pura de Buda o Dewa Chen. El profundo camino del Phowa es el Camino Santo de los Budas en que el Dharma es rápidamente comprendido, espontáneamente sin el esfuerzo de la meditación.
Charla realizada por Maria Teresa Bertucci
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